miércoles, 5 de octubre de 2011

BEATO JUAN XXIII (DE PROFESIÓN PASTOR UNIVERSAL)


Como nuncio de Paris, pertenecía a las normales ocupaciones del beato Juan XXIII frecuentar constantemente reuniones de todo tipo: recepciones diplomáticas, acudir a las celebraciones solemnes del gobierno, banquetes oficiales o del cuerpo diplomático... con gentes de toda nación y religión. Se relacionaba con todos y pronto enhebraba una animada conversación. Se hacía amigos. Uno de estos amigos fue el presidente de la Asamblea Nacional, Eduardo Herriot, anticlerical conocido y contumaz.

-Vamos, amigo mío - le decía-, ¿qué cree usted que nos separa? En el fondo..., sólo las ideas. No es lo más importante, según creo; más bien, poca cosa...

Si la discusión había ido un poco lejos, con peligro de enfriarse el diálogo, las cosas volvían al buen camino con alguna salida inesperada:

-Vamos, hombre, si en el fondo usted y yo pertenecemos al mismo partido. Al de los hombres ¡gordos!... Y, entre sabrosas carcajadas, proseguía el diálogo.

-Pero ¿no teme usted que el Papa le llame la atención por hacerse amigo mío? Yo soy la oveja negra del rebaño, monseñor.

Éste lo miraba con su sonrisa bonachona, iluminada con un atisbo de ternura.

-¿Y no sabe usted que el Papa es el pastor universal? Él sabe, como yo sé, que a la oveja negra, es decir, a la oveja perdida, hay que ir a buscarla dondequiera que esté. Es lícito dejar el rebaño, que está seguro en el redil, para rescatar a la oveja que se extravió...

Herriot le miró molesto.

-No soy ninguna oveja extraviada, monseñor. No me gusta que me haga parábolas.

-Tiene que perdonarme, amigo mío. De todas maneras, comprenda que ése es mi oficio, ¿no?, predicar el Evangelio.

-Bien, pero no a mí. ¿Cree que me va a convencer?

Pero Herriot acababa riendo.

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