miércoles, 5 de octubre de 2011

SAN MARTIN DE PORRES (Y LOS ANIMALES)


El amor de Martín llegaba también a los animales, a quienes trataba con amigable bondad, y al mismo tiempo con el señorío que corresponde al hombre, por ser la imagen de Dios en este mundo. Son muchas las anécdotas contadas por testigos presenciales. El padre Aragonés iba con fray Martín cuando encontraron un pobre gato sangrando, descalabrado por alguno. «Véngase conmigo y le curaré -le dijo Martín-, que está muy malo». Le hizo una cura en la cabeza y quedó el gatucho como si en la cabeza llevara un gorrito de dormir. «Váyase y vuelva por la mañana, y le curaré otra vez». Y el gato vino puntualmente, y se quedó aguardando en la puerta de la celda, hasta que vino fray Martín y le curó.

Trajeron en una ocasión al convento cuatro becerros bravos para lidiarlos en el patio del estudiantado, y entre tanto quedaron encerrados en un lugar sin que les dieran de comer. A fray Martín le dio pena verlos con hambre y sed, y por la noche les bajó unas brazadas de hierba y unos cubos de agua. El padre Diego de la Fuente, desde una ventana, vió con asombro cómo Martín daba de comer tranquilamente a los animales, y apartaba al más bravo, cogiéndole de un cuerno, pues molestaba a sus compañeros, al tiempo que le decía que se portase bien y no fuese abusador, que había comida para todos.

Fray Bernardo Medina cuenta otro suceso no menos sorprendente y gracioso. Los ratones roían a veces la ropa que estaba guardada en la enfermería, y un día que atraparon a uno estaban ya para matarlo. San Martín no lo permitió, sino que lo tomó en la palma de su mano izquierda y le amonestó muy seriamente: «Vaya, hermano, y diga a sus compañeros que no sean molestos ni nocivos, que se retiren todos a la huerta, que yo les llevaré allá el sustento de cada día». Y así fue. Los ratones ya no merodearon la ropería de la enfermería, y cada día podían ver los religiosos cómo acudían a recibir la comida que a la huerta les llevaba fray Martín.

SANTA TERESA DE CALCUTA (DIOS PROVEE)


En una oportunidad Madre Teresa necesitaba viajar urgentemente a Roma junto a dos de sus religiosas. Llegaron al aeropuerto con sus pocas pertenencias y consultaron por el precio de los pasajes, y viendo que no les alcanzaba el dinero, las religiosas de Madre Teresa se entristecieron, pero ella les dijo "No se preocupen, que si es la Voluntad de Dios, El nos proveerá"... Y enseguida se fueron a sentar por allí, cuando un hombre que caminaba por el pasillo reconoció a Madre Teresa. El, cuando joven, la había conocido en unos trabajos solidarios. Se acercó amablemente a saludarla y la invitó junto a las hermanitas a su oficina... Ahora era uno de los directores de la Aerolínea. Le preguntó a Madre Teresa porque estaba en el aeropuerto y ella le explicó. Inmediatamente el hombre le regaló los pasajes de avión que las tres religiosas necesitaban...

Dios provee, siempre...

BEATO JUAN PABLO II



Cuando fue el Papa a Grecia, hubo una reunión con los obispos ortodoxos en un Palacio de Atenas. Allí había varios "archimandritas" con rostros muy serios, que luego supimos lo estaban porque esperaban alguna declaración del Papa referente a un suceso de la IV cruzada, en la Edad Media, donde parece que los Caballeros cristianos mataron a varios griegos injustamente, y era algo que traían clavado. Cuando el Papa efectivamente dijo algo, en el sentido de que había estado muy mal y que les pedía una disculpa, los rostros serios se pusieron realmente felices y hasta aplaudieron: estaban muy contentos.

Al día siguiente, fue el obispo a devolver la visita al Papa, donde este se hospedaba, y al poco de llegar les ofrecieron unos refrescos por cortesía, y mientras el obispo lo aceptaba (ya con la "guardia baja"), el Papa le comentó que tenía una gran ilusión de rezar el Padre Nuestro con él en griego, y él también lo quiso y lo rezaron juntos en voz alta.

Este gesto es importante, ya que hacía diez siglos que no sucedía algo semejante por tener ellos absolutamente prohíbo rezar con un católico.

El Papa, antes del viaje, estuvo recitando el Padre Nuestro en griego, para aprenderlo, de modo que no improvisó.

SAN PIO DE PIETRELCINA (EL ZAPATAZO)



Una vez un paisano del Padre Pío tenía un fuertísimo dolor de muelas. Como el dolor no lo dejaba tranquilo su esposa le dijo: “¿Por qué no rezas al Padre Pío para que te quite el dolor de muelas?? Mira aquí está su foto, rézale”. El hombre se enojó y gritó furibundo: “¿Con el dolor que tengo quieres que me ponga a rezar???”. Inmediatamente cogió un zapato y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la foto del Padre Pío.

Algunos meses más tarde su esposa lo convenció de irse a confesar con el Padre Pío a San Giovanni Rotondo. Se arrodilló en el confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados que se acordaba, el Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?” “Nada más”, contestó el hombre. “¿¿Nada más?? ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena cara?!.”

SAN FRANCISCO DE ASIS


CÓMO EL HERMANO MASEO QUISO PONER A PRUEBA LA HUMILDAD DE SAN FRANCISCO

Se hallaba San Francisco en el lugar de la Porciúncula con el hermano Maseo de Marignano, hombre de gran santidad y discreción y dotado de gracia para hablar de Dios; por ello lo amaba mucho San Francisco. Un día, al volver San Francisco del bosque, donde había ido a orar, el hermano Maseo quiso probar hasta dónde llegaba su humildad; le salió al encuentro y le dijo en tono de reproche:

- ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?

- ¿Qué quieres decir con eso? -repuso San Francisco.

Y el hermano Maseo:

- Me pregunto ¿por qué todo el mundo va detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?

Al oír esto, San Francisco sintió una grande alegría de espíritu, y estuvo por largo espacio vuelto el rostro al cielo y elevada la mente en Dios; después, con gran fervor de espíritu, se dirigió al hermano Maseo y le dijo:

- ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra maravillosa que se había propuesto, me ha escogido a mí para confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que quede patente que de Él, y no de creatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y nadie puede gloriarse en presencia de Él, sino que quien se gloría, ha de gloriarse en el Señor (1 Cor 27-31), a quien pertenece todo honor y toda gloria por siempre.

El hermano Maseo, ante una respuesta tan humilde y dicha con tanto fervor, quedó lleno de asombro y comprobó con certeza que San Francisco estaba bien cimentado en la verdadera humildad.

En alabanza de Cristo. Amén.

SAN FÉLIX DE NICOSIA (EL HIJO DEL ZAPATERO)


San Félix de Nicosia nació en Nicosia (Sicilia, Italia) el 5 de noviembre de 1715, en una familia pobre, pero muy religiosa. Su padre, zapatero, murió un mes antes de que él naciera. Como la mayor parte de los niños pobres sicilianos de ese tiempo, no fue a la escuela. Ejerció también él desde niño el oficio de zapatero. La cercanía de un convento de padres capuchinos le permitió visitar con frecuencia a la comunidad y conocer a los religiosos. Se sintió cada vez más atraído por su vida: alegría, austeridad, pobreza, penitencia, oración, caridad y espíritu misionero. Tras insistir casi diez años fue finalmente admitido.

Realizada su profesión le mandaron al convento de Nicosia donde ejerció el oficio de limosnero. Cada día recorría las calles del pueblo llamando a las puertas de los ricos, invitándolos a compartir sus bienes, y a las de los pobres, para ofrecerles ayuda en sus necesidades. Siempre daba las gracias, tanto cuando le hacían donativos como cuando lo rechazaban de mala manera, diciendo: «Sea por amor de Dios». Aunque era analfabeto, conocía bien de memoria la sagrada Escritura y la doctrina cristiana.

Fue muy devoto de Jesús crucificado y de la Eucaristía. Pasaba horas ante el sagrario, incluso después de llegar muy cansado de los trabajos del día. Veneraba con ternura a la Madre de Dios. Mientras trabajaba en el huerto, le sobrevino una fiebre violenta. Al médico que le recetó medicinas le dijo que eran inútiles, pues se trataba de su última enfermedad. Y así fue. Murió el 31 de mayo 1787. Hoy se le venera como santo.


SANTA JUANA DE CHANTAL (CUANDO SE SIGUEN LOS CAMINOS DE LA PROVIDENCIA)



A los veinte años, una joven de buena familia borgoñona, Jeanne-Françoise Frémyot, se vio convertida por su matrimonio en baronesa de Chantal; adoraba a su marido, tuvo cuatro hijos y su felicidad parecía perfecta hasta que bruscamente todo se vino abajo de un modo cruel: el barón muere en un accidente de caza v su viuda entra en un largo período desolador.

El providencial encuentro con san Francisco de Sales le permitió recobrar un sentido de la libertad que haría de ella un fuerte y dócil instrumento de apostolado humilde y sin dejar de hacer frente con la máxima energía a las pesadas tareas de gobierno y administración que le encomendaba el santo.

Dramas familiares -su único hijo, que más tarde murió en la guerra, padre de la futura Madame de Sévigné, se opuso con todas su fuerzas a su vocación- y crisis interiores zarandearon aún hasta el final al .fiel e incansable Juana Francisca, la baronesa que se describía a sí misma como «una criada en tiempo de cosecha, a quien dicen ve a este campo o al otro», que sólo sabe obedecer alegremente.

Con el tiempo será la fundadora de la orden de la Visitación de María, para viudas v doncellas, que a su muerte cuenta con 'más de ochenta casas. Será modelo de fortaleza de carácter, serenidad, sentido común y espíritu de sacrificio. Maestra en el difícil arte de unir contemplación v acción.

SAN JUAN DIEGO (EL DROGADICTO QUE CURÓ)


El 20 de diciembre del 2000 Juan Pablo II aprobaba el milagro atribuido a Juan Diego, el indio mejicano testigo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en 1531. El hecho ocurrió el 6 de mayo de 1990 mientras el Papa beatificaba a Juan Diego y cambió para siempre la vida del drogadicto Juan José Barragán Silva.

Tenia entonces Barragán 20 años y era consumidor habitual de marihuana desde los quince. Aquel día, excitado bajo la influencia de la droga, se apuñaló en presencia de su madre y se abalanzó hacia el balcón para lanzarse al vacío. La madre le sujetó por las piernas pero fue inútil: se deshizo de ella y se arrojó a la calle de cabeza. El balcón estaba a 10 metros de altura, el joven pesaba 70 kilos, y el ángulo de impacto de la cabeza con el suelo fue de 70 grados.

Ingresó aún vivo en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Durango de Méjico. Fue tratado por J.H. Hernández Illescas, neurólogo de fama internacional y por otros dos especialistas que describieron el caso como «único, sorprendente, inconcebible, científicamente inexplicable». Y es que tres días después, de repente y de forma increíble, Barragán estaba completamente curado. No quedaron secuelas neurológicas ni psíquicas, ni el más mínimo asomo de minusvalía.

Esperanza, madre del muchacho, dijo que cuando vio que su hijo se lanzaba por la ventana lo encomendó a Dios y a la Virgen de Guadalupe y dirigiéndose a Juan Diego le suplicó: «Dame una prueba, ¡salva a mi hijo!».

Juan Diego nació en 1474 y su nombre de pila era Cuauhtlatoatzin hasta que junto a su mujer fue bautizado por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente. El 9 de diciembre de 1531 Juan Diego vio a la Virgen María en el cerro de Tepeyac. Nuestra Señora le habló en su lengua nativa, el náhuatl, y de forma cariñosa le suplicó dijera al obispo que levantaran una iglesia en su honor. Según la tradición fueron cinco las apariciones, la última de las cuales ocurrió el 12 de diciembre, día en que curó a su tío gravemente enfermo y en que ordenó que llevara al obispo Zumárraga un ramo de rosas silvestres en su ayate o tilma. Al desplegar el poncho ante el obispo la imagen hoy venerada apareció impresa en el tejido.

CARDENAL JOHN H. NEWMAN (LO QUE PUEDE OCULTAR UNA MONEDA)


Conversaba un hombre rico y alejado de la fe con un sacerdote, y este último no era otro que el futuro Cardenal Newman, ya convertido del anglicanismo a Roma.

El rico se ufanaba de sus riquezas y de su indiferencia religiosa. Newman tomó una hoja de papel y escribió: «Dios».

-¿Ve lo que he escrito en la hoja? El avaro contestó afirmativamente.

Entonces el sacerdote tomó una moneda de oro, la acomodó sobre la palabra escrita y preguntó de nuevo:

-¿Ve usted ahora lo que he escrito hace un momento?

-No, ahora sólo veo el dinero.

-En efecto, la riqueza ciega, impide ver a Dios, ¿no le parece?

BEATO JUAN XXIII (DE PROFESIÓN PASTOR UNIVERSAL)


Como nuncio de Paris, pertenecía a las normales ocupaciones del beato Juan XXIII frecuentar constantemente reuniones de todo tipo: recepciones diplomáticas, acudir a las celebraciones solemnes del gobierno, banquetes oficiales o del cuerpo diplomático... con gentes de toda nación y religión. Se relacionaba con todos y pronto enhebraba una animada conversación. Se hacía amigos. Uno de estos amigos fue el presidente de la Asamblea Nacional, Eduardo Herriot, anticlerical conocido y contumaz.

-Vamos, amigo mío - le decía-, ¿qué cree usted que nos separa? En el fondo..., sólo las ideas. No es lo más importante, según creo; más bien, poca cosa...

Si la discusión había ido un poco lejos, con peligro de enfriarse el diálogo, las cosas volvían al buen camino con alguna salida inesperada:

-Vamos, hombre, si en el fondo usted y yo pertenecemos al mismo partido. Al de los hombres ¡gordos!... Y, entre sabrosas carcajadas, proseguía el diálogo.

-Pero ¿no teme usted que el Papa le llame la atención por hacerse amigo mío? Yo soy la oveja negra del rebaño, monseñor.

Éste lo miraba con su sonrisa bonachona, iluminada con un atisbo de ternura.

-¿Y no sabe usted que el Papa es el pastor universal? Él sabe, como yo sé, que a la oveja negra, es decir, a la oveja perdida, hay que ir a buscarla dondequiera que esté. Es lícito dejar el rebaño, que está seguro en el redil, para rescatar a la oveja que se extravió...

Herriot le miró molesto.

-No soy ninguna oveja extraviada, monseñor. No me gusta que me haga parábolas.

-Tiene que perdonarme, amigo mío. De todas maneras, comprenda que ése es mi oficio, ¿no?, predicar el Evangelio.

-Bien, pero no a mí. ¿Cree que me va a convencer?

Pero Herriot acababa riendo.

martes, 4 de octubre de 2011

SAN COLUMBANO - COMPASIÓN PARA LOS ANIMALES



Los santos aman y respetan a todos los animales porque Dios es su Creador y cuida de ellos. A veces, como San Francisco o Santa Brígida, tienen especial poder sobre los animales o un extraño poder sobre ellos.

He aquí la notable historia de San Columbano y la grulla que había venido de Irlanda.

"Y otra vez ocurrió que, mientras el santo vivía en lona, hizo venir a uno de sus hermanos religiosos para hablarle. "Anda, a partir de hoy, tres días hacia el oeste de esta tierra y siéntate de madrugada en la playa y espera; pues tres horas después de la puesta del sol llegará volando de la costa norteña de Irlanda un extraño huésped, una grulla, empujada por el viento y alejada de su rumbo natural por el aire: cansada y agotada caerá en la playa a tus pies y quedará allí tendida, perdida casi toda su fuerza. Levántala amorosamente y llévala a la granja cercana: procura que la reciban bien allí y que le prodiguen toda suerte de cuidados durante tres días y tres noches; y una vez transcurridos los tres días, ya recobrada y poco dispuesta a demorarse por más tiempo con nosotros en nuestro retiro, emprenderá de nuevo el vuelo hacia aquella vieja y dulce tierra de Irlanda de donde vino, con despliegue de vigor una vez más; y si yo la recomiendo tan encarecidamente a tus cuidados, es porque en aquella tierra donde tú y yo crecimos, nació ella también."

El hermano obedeció, y al tercer día, tres horas después de la puesta del sol, se detuvo allí donde le había sido mandado en espera del prometido huésped que había de llegar, y cuando llegó y cayó en la playa, él la tomó y la llevó a la granja y le dio de comer, hambrienta como estaba. Y habiendo el hermano aquella tarde regresado al monasterio, el santo le habló, no como interrogatorio, sino como de algo ya transcurrido. "Que Dios te bendiga, hijo mío -dijo él-, por tus bondadosos cuidados en favor de ese huésped peregrino, el cual no permanecerá mucho tiempo en su destierro, sino que pasadas tres puestas de sol, regresará a su propio país."

Y las cosas ocurrieron tal como el santo las había predicho, pues al cabo de tres días de permanecer en casa, y estando junto a ella su hospedero, emprendió la grulla su primer vuelo hacia lo alto del cielo, y después de unos instantes de otear el horizonte para orientar su camino, se lanzó en línea recta por el tranquilo mar hacia Irlanda, estando el tiempo en suma calma."

Debemos ser bondadosos para con los animales, pero no hasta el punto de que nos arrebaten y nos hagan olvidar el ser buenos con los seres humanos.